Este salmo reconoce las maravillas de Dios, por eso canta y alaba a Dios. Es Él, quien con sabiduría y justicia, dirige la vida de los hombres.
Un canto de victoria:
Del maestro de coro. De David
el servidor del Señor, que
entonó este canto cuando el
Señor lo libró de caer en manos
de Saúl y de todos sus enemigos.
Él dijo:
Tú, Señor, eres mi fuerza;
¡yo te amo!
Tú eres mi protector,
mi lugar de refugio,
mi libertador, mi Dios,
la roca que me protege,
mi escudo,
el poder que me salva,
mi más alto escondite.
Tú, Señor eres digno de alabanza:
cuando te llamo, me salvas de
mis enemigos.
La muerte me enredó en sus
lazos; sentí miedo ante
el torrente destructor.
La muerte me envolvió en sus
lazos; ¡me encontré en trampas
mortales! En mi angustia llamé
al Señor, pedí ayuda a mi Dios,
y él me escuchó desde su templo;
¡mis gritos llegaron a sus oídos!
Hubo entonces un fuerte temblor
de tierra: los montes se
estremecieron hasta sus bases;
fueron sacudidos
por la furia del Señor.
De su nariz brotaba humo, y
de su boca un fuego destructor;
¡por la boca lanzaba
carbones encendidos!
Descorrió la cortina
del cielo, y descendió.
¡Debajo de sus pies
había grandes nubarrones!
Montó en un ser halado y voló
deslizándose sobre las alas
del viento. Tomó como escondite,
como tienda de campaña,
la densa oscuridad que lo rodeaba
y los nubarrones cargados
de agua. Un fulgor
relampagueante salió de su
presencia; brotaron
de las nubes granizos
y carbones encendidos.
El Señor, el Altísimo, hizo oír su
voz desde el cielo; granizos y
carbones encendidos.
Lanzó sus rayos como flechas,
y a mis enemigos hizo uir en
desorden. El fondo del
mar quedó al descubierto;
las bases del mundo quedaron
a la vista por la voz
amenazante del Señor,
por el fuerte soplo que lanzó.
Dios me tendió la mano desde
lo alto, y con su mano me sacó
del mar inmenso.
Me salvó de enemigos poderosos,
que me odiaban y eran mas
fuertes que yo. Me atacaron
cuando yo estaba en desgracia,
pero el Señor me dio su apoyo:
me sacó a la libertad;
¡me salvó porque me amaba!
El Señor me ha dado la
recompensa que merecía
mi limpia conducta,
pues yo he seguido el camino
del Señor;
¡jamás he renegado de mi Dios!
Yo tengo presentes
todos sus decretos;
¡jamás he rechazado sus leyes!
Me he conducido a él
sin tacha alguna,
me he alejado de la maldad.
El Señor me ha recompensado
por mi limpia conducta
en su presencia.
Tú, Señor, eres fiel con el que
es fiel, irreprochable con el
que es irreprochable,
sincero con el que es sincero,
pero sagaz con el que es astuto.
Tú salvas a los humildes,
pero humillas a los orgullosos.
Tú, Señor, me das luz;
tú, Dios mio, alumbras mi
oscuridad. Con tu ayuda atacaré
al enemigo, y sobre el muro de
sus ciudades pasaré.
El camino de Dios es perfecto;
la promesa del Señor
es digna de confianza;
¡Dios protege a cuantos en él
confían! ¿Quién es Dios, fuera
del Señor? ¿Qué otro dios hay
que pueda protegernos?
Dios es quien me da fuerzas,
quien hace intachable mi
conducta, quien me da pies
ligeros, como de ciervo,
quien me hace estar
firme en las alturas,
quien me entrena para la batalla,
quien me da fuerzas para tensar
arcos de bronce.
Tú me proteges y me salvas,
me sostienes con tu mano
derecha; tu bondad me ha
hecho prosperar.
Has hecho fácil mi camino,
y mis pies no han resbalado.
Perseguí a mis enemigos y los
alcancé, y sólo volví después de
destruirlos. Los hice pedazos.
Ya no se levantaron.
¡Cayeron debajo de mis pies!
Tú me diste fuerza en la batalla;
hiciste que los rebeldes se
inclinaran ante mi, y que delante
de mi huyeran mis enemigos.
Así pude destruir
a los que me odiaban.
Pedían ayuda y nadie los ayudó;
llamaban al Señor, y no les
contestó. ¡Los deshice
como a polvo que se
lleva el viento!
¡Los pisotee como
a barro de las calles!
Me libraste de un pueblo rebelde,
me hiciste jefe de naciones
y me sirve gente que yo no
conocía. En cuanto
me oyen, me obedecen;
gente extranjera me halaga,
gente extranjera se acobarda
y sale temblando de sus refugios.
¡Viva el Señor!
¡Bendito sea mi protector!
¡Sea enaltecido Dios mi salvador!
Él es el Dios que me ha vengado
y que me ha sometido los
pueblos. Él me salva de la
furia de mis enemigos,
de los rebeldes que
se alzaron contra mí.
¡Tú, Señor, me salvas
de los hombres violentos!
Por eso te alabo entre las
naciones y canto himnos a tu
nombre. Concedes grandes
victorias al rey que has
escogido; siempre tratas con
amor a David y a su descendencia.
Nos habla de las actividades y acciones que el hombre debe de hacer para vivir de acuerdo con las exigencias de Dios: la verdadera religiosidad.
El Señor es tu protector:
Al contemplar las montañas
me pregunto:
¿De dónde vendrá mi ayuda?
Mi ayuda vendrá del Señor,
creador del cielo y de la tierra.
¡Nunca permitirá que resbales!
¡Nunca se dormirá el que te cuida!
No, él nunca duerme;
nunca duerme el que cuida de
Israel. El Señor es quien te cuida;
el Señor es quien te protege,
quien está junto a ti para
ayudarte. El sol no
te hará daño de dia,
ni la luna de noche.
El Señor te protege de todo
peligro; él protege tu vida.
El Señor te protege
en todos tus caminos,
ahora y siempre.
El esfuerzo humano es inútil sin Dios. Sois edificación de Dios.
Todo viene del Señor:
Si el Señor no construye la casa,
de nada sirve que
trabajen los constructores;
si el Señor no protege la ciudad,
de nada sirve que
vigilen los centinelas.
De nada sirve trabajar de sol a sol
y comer un pan ganado con dolor,
cuando Dios lo da a sus amigos
mientras duermen.
Los hijos que nos nacen
son ricas bendiciones del Señor.
Los hijos que nos nacen en la
juventud son como flechas
en manos de un guerrero.
¡Feliz el hombre que tiene
muchas flechas como ésas!
No será avergonzado por sus
enemigos cuando se defienda
de ellos ante los jueces.