Salmos día Martes

Salmo 24

Canto del cuidado de Dios para con el hombre; nos suscita seguridad, paz y confianza. Confianza individual.

El Rey de la gloria:

Del Señor es la gloria

y cuanto la llena,

el orbe y todos sus habitantes:

Él la fundó sobre los mares,

Él la afianzó sobre los ríos.



¿Quién puede subir

al monte del Señor?

¿Quién puede estar

en el recinto sacro?



El hombre de manos inocentes

y puro corazón,

que no confía en los ídolos,

ni jura contra el prójimo en falso.

Ese recibirá la bendición

del Señor, le hará justicia

el Dios de salvación.



Este es el grupo que busca al

Señor, que viene a tu presencia,

Dios de Jacob.



¡Portones!, alzad los dinteles,

levantaos puertas antiguas;

va a entrar el Rey de la gloria.



¿Quién es ese Rey de la gloria?

El Señor, héroe valeroso;

El Señor, héroe de la guerra.



¡Portones!, alzad los dinteles,

levantaos puertas antiguas;

va a entrar el Rey de la gloria.



¿Quién es ese Rey de la gloria?

El Señor, héroe valeroso;

El Señor, héroe de la guerra.



¡Portones!, alzad los dinteles,

levantaos puertas antiguas;

va a entrar el Rey de la gloria.



¿Quién es ese Rey de la gloria?

El Señor, Dios de los ejércitos.

Él es el Rey de la gloria.

Salmo 30

Salmo individual de lamentación y súplica que expresa la queja por lo que sucede y mediante el cual pedimos remedio.

Alabanzas de gratitud al Señor:

Señor yo te alabo

porque tú me libertaste,

porque no has permitido

que mis enemigos se burlen

de mí. Señor, mi Dios,

te pedí ayuda, y me sanaste;

tu, Señor me salvaste de la

muerte; me diste vida,

me libraste de morir.



Ustedes, fieles del Señor,

¡cántenle himnos!,

¡alaben su Santo nombre!

Porque su enojo dura un

momento, pero su buena

voluntad toda la vida.

Si lloramos por la noche,

por la mañana tendremos alegría.



Yo me sentí seguro y pensé:

Nada me hará caer jamás.

Pero tú, Señor en tu bondad

me habías afirmado en lugar

seguro, y apenas

me negaste tu ayuda

el miedo me dejó confundido.



A ti, Señor, clamo;

a ti, Señor, suplico:

¿Qué se gana con que yo muera,

con que sea llevado al sepulcro?

¡El polvo no puede alabarte

ni hablar de tu fidelidad!

Señor, óyeme y ten compasión

de mí; Señor, ayúdame!



Has cambiado en danzas mis

lamentos; me has quitado

el luto y me has vestido de

fiesta. Por eso, Señor y Dios,

no puedo quedarme en silencio:

¡te cantaré himnos de alabanza

y siempre te daré gracias!