Es la súplica y a la vez acción de gracias individual confiada siempre.
Plena confianza en el Señor:
A ti, Señor, me acojo:
no quede yo nunca defraudado;
tú, que eres justo, ponme a salvo,
inclina tu oído hacia mí;
ven a prisa a librarme,
sé la roca de mi refugio,
un baluarte donde me salve,
tú que eres mi roca y mi
baluarte; por tu nombre
dirígeme y guíame; sácame
de la red que me han tendido,
porque tú eres mi amparo.
En tus manos encomiendo mi
espíritu: tú, el Dios leal,
me librarás.
Cada día es el inicio de una nueva etapa de nuestra peregrinación. La esperanza que insinúa el salmo se convierte siempre en oasis frente a las dificultades que cada jornada nos trae.
Anhelo por la casa de Dios:
¡Qué deseables son tus moradas,
Señor de los ejércitos!
Mi alma se consume y anhela
los atrios del Señor,
mi corazón y mi carne,
se alegran por el Dios vivo,
Hasta el gorrión ha encontrado
una casa: la golondrina un
nido donde colocar sus polluelos:
tus altares, Señor de los
ejércitos, Rey mío y Dios mío.
Dichosos los que viven en tu casa,
alabándote siempre.
Dichosos los que encuentran
en ti su fuerza
al preparar su peregrinación.
Cuando atraviesan áridos valles,
los convierten en oasis,
como si la lluvia temprana
los cubriera de bendiciones;
caminan de altura en altura,
hasta ver a Dios en Sión.
Señor de los ejércitos,
escucha mi súplica:
atiéndeme, Dios de Jacob.
Fíjate, ¡Oh Dios!,
en nuestro escudo,
mira el rostro de tu ungido.
Un solo día en tu casa
vale más que otros mil,
y prefiero el umbral de
la casa de Dios a
vivir con los malvados.
Porque el Señor es sol y escudo,
Él da la gracia y la gloria.
El Señor no niega sus bienes
a los de conducta intachable.
¡Señor de los ejércitos,
dichoso el hombre
que confía en ti!.