Señor, en ti busco protección;
¡no me defraudes jamás!
¡ponme a salvo, pues tú eres
justo! Dígnate escucharme;
¡date prisa, líbrame ya!
Sé tú mi roca protectora,
¡se tú mi castillo de refugio
y salvación! ¡Tú eres mi
roca y mis castillo!
¡Guíame y protégeme; haz
honor a tu nombre! ¡Sácame de
la trampa que me han tendido,
pues tú eres mi protector!
En tus manos encomiendo mi
espíritu; ¡rescátame, Señor,
Dios de la verdad!
Odio a los que adoran ídolos
inútiles. He puesto mi
confianza en el Señor. Tu
amor me trae gozo y alegría.
Tú has visto mis tristezas,
conoces mis aflicciones; no
me entregaste en manos del
enemigo; ¡me hiciste poner
pie en lugar seguro!
Señor, ten compasión de mí,
pues estoy en peligro. El
dolor debilita mis ojos, mi
cuerpo, ¡todo mi ser!
¡El dolor y los lamentos
acaban con lo años de mi vida!
La tristeza acaba con mis
fuerzas; ¡mi cuerpo se esta
debilitando!
Soy el hazmerreír de mis
enemigos, objeto de burla de
mis vecinos, horror de quienes
me conocen. ¡Huyen de mÍ
cuantos me ven en la calle!
Me han olvidado por completo,
como si ya estuviera muerto.
Soy como un jarro hecho
pedazos. Puedo oír que la
gente cuchichea: hay terror
por todas partes. Como un
solo hombre, hacen planes
contra mí; ¡hacen planes
para quitarme la vida!
Pero yo, Señor, confío en ti;
yo he dicho: ¡Tú eres mi Dios!
Mi vida está en tus manos;
¡líbrame de mis enemigos, que
me persiguen! Mira con
bondad a este siervo tuyo, y
sálvame por tu amor.
A ti clamo, Señor;
¡no me hundas en la vergüenza!
¡Hunde en la vergüenza a los
malvados; húndelos en el
silencio del sepulcro! Queden
en silencio los labios
mentirosos, que hablan con
burla y desprecio, y ofenden
al hombre honrado.
¡Qué grande es tu bondad para
aquellos que te honran!
La guardas como un tesoro y,
a la vista de los hombres, la
repartes a quienes confían en
ti. Con la protección de tu
presencia los libras de los
planes malvados del hombre;
bajo tu techo los proteges de
los insultos de sus enemigos.
Bendito sea el Señor, que con
su amor hio grandes cosas por
mí en momentos de angustia.
En mi inquietud llegué a
pensar que me habías echado
de tu presencia; pero cuando
te pedí ayuda, tú escuchaste
mis gritos.
Amen al Señor, todos sus
fieles. El Señor cuida de los
sinceros, pero a los altaneros
les da con creces su merecido.
Den ánimo y valor a sus
corazones todos los que
confían en el Señor.