Salmo 38

Oración pidiendo la ayuda de Dios

Señor, no me reprendas en tu

enojo ni me castigues en tu

furor. Pues en mí se han

clavado tus flechas; ¡tu mano

has descargado sobre mí! Por

tu enojo debido a mis pecados,

todo mi cuerpo está enfermo;

¡no tengo un solo hueso sano!

Mis maldades me tienen

abrumado; son una carga que

no puedo soportar. Por causa

de mi necedad, mis heridas se

pudren y apestan. Todo el día

ando triste, cabizbajo y

deprimido. La espalda me arde

de fiebre; ¡tengo enfermo todo

el cuerpo! Estoy

completamente molido y sin

fuerzas; ¡mis quejas son

quejas del corazón!


Señor, tú conoces todos mis

deseos, ¡mis suspiros no son

un secreto para ti! Mi corazón

late de prisa, las fuerzas me

abandonan, ¡aun la vista se me

nubla! Mis mejores amigos, y

hasta mis parientes, se

mantienen a distancia, lejos de

mis llagas. Los que me quieren

matar, me ponen trampas; los

que me quieren perjudicar,

hablan de arruinarme y a todas

horas hacen planes traicioneros.


Pero yo me hago el sordo, como

si no oyera; como si fuera mudo,

no abro la boca. Soy como el

que no oye ni puede decir

nada en su defensa.

Yo espero de ti, Señor

y Dios mío, que seas tú quien

les conteste.

Tan sólo pido que no se rían

de mí, que no canten victoria

cuando yo caiga.


En verdad, estoy a punto de

caer; mis dolores no me dejan

ni un momento. ¡Voy a confesar

mis pecados, pues me llenan de

inquietud! Mis enemigos han

aumentado; muchos son los

que me odian sin motivo. Me

han pagado mal por bien;

porque busco hacer el bien

se ponen en contra mía.


Señor, ¡no me dejes solo!

Dios mío, ¡no te alejes de mi!

Dios y salvador mío, ¡ven

pronto en mi ayuda!