Señor, no me reprendas en tu
enojo ni me castigues en tu
furor. Pues en mí se han
clavado tus flechas; ¡tu mano
has descargado sobre mí! Por
tu enojo debido a mis pecados,
todo mi cuerpo está enfermo;
¡no tengo un solo hueso sano!
Mis maldades me tienen
abrumado; son una carga que
no puedo soportar. Por causa
de mi necedad, mis heridas se
pudren y apestan. Todo el día
ando triste, cabizbajo y
deprimido. La espalda me arde
de fiebre; ¡tengo enfermo todo
el cuerpo! Estoy
completamente molido y sin
fuerzas; ¡mis quejas son
quejas del corazón!
Señor, tú conoces todos mis
deseos, ¡mis suspiros no son
un secreto para ti! Mi corazón
late de prisa, las fuerzas me
abandonan, ¡aun la vista se me
nubla! Mis mejores amigos, y
hasta mis parientes, se
mantienen a distancia, lejos de
mis llagas. Los que me quieren
matar, me ponen trampas; los
que me quieren perjudicar,
hablan de arruinarme y a todas
horas hacen planes traicioneros.
Pero yo me hago el sordo, como
si no oyera; como si fuera mudo,
no abro la boca. Soy como el
que no oye ni puede decir
nada en su defensa.
Yo espero de ti, Señor
y Dios mío, que seas tú quien
les conteste.
Tan sólo pido que no se rían
de mí, que no canten victoria
cuando yo caiga.
En verdad, estoy a punto de
caer; mis dolores no me dejan
ni un momento. ¡Voy a confesar
mis pecados, pues me llenan de
inquietud! Mis enemigos han
aumentado; muchos son los
que me odian sin motivo. Me
han pagado mal por bien;
porque busco hacer el bien
se ponen en contra mía.
Señor, ¡no me dejes solo!
Dios mío, ¡no te alejes de mi!
Dios y salvador mío, ¡ven
pronto en mi ayuda!