Salmo 32

Confesión y perdón

Feliz el hombre a quien sus

culpas y pecados le han

sido perdonados por completo.

Feliz el hombre que no es mal

intencionado y aquien el Señor

no acusa de falta alguna.


Mientras no confesé mi pecado,

mi cuerpo iba decayendo

por mi gemor de todo el día,

pues de día y de noche

tu mano pesaba sobre mí.

Como flor marchita por el

calor del verano, así me

sentía decaer.


Pero te confesé sin reservas

mi pecado y mi maldad;

decidí confesarte mis pecados,

y tú, Señor, los perdonaste.


Por eso, en momentos de

angustia los fieles te

invocarán, y aunque

las aguas caudalosas

se desborden, no

llegaran hasta ellos.

Tú eres mi refugio:

me proteges del peligro,

me rodeas de gritos de

liberación. El Señor dice:

Mis ojos están puestos en ti.

Yo te daré instrucciones,

te daré consejos, te enseñaré

el camino que debes seguir.

No seas como el mulo o el

caballo, que no pueden

entender y hay que detener

su brío con el freno y con

la rienda, pues de otra

manera no se acercan a ti.


Los malvados tendrán

muchos dolores,

pero el amor del Señor

envuelve a los que en él

confían. Alégrense en el Señor,

hombres buenos y honrados;

¡Alégrense y griten de alegría!