¡Dios mío, tú eres mi Dios!
Con ansias te busco,
pues tengo sed de ti,
mi ser entero te desea,
cual tierra árida, sedienta, sin
agua. ¡Quiero verte en tu
santuario, y contemplar
tu poder y tu gloria,
pues tu amor vale más que
la vida! Con mis labios te
alabaré; toda mi
vida te bendeciré,
y a ti levantaré mis manos en
oración. Quedaré muy
satisfecho,
como el que disfruta de un
banquete delicioso, y mis labios
te alabarán con alegría.
Por las noches, ya acostado,
te recuerdo y pienso en ti;
pues tú eres quien me ayuda.
¡Soy feliz bajo tus alas!
Mi vida entera está unida a ti;
tu mano derecha no me suelta.
Los que tratan de matarme
caerán al fondo del sepulcro;
¡morirán a filo de espada
y serán devorados por los lobos!
Pero el rey se alegrará en Dios;
cantarán alabanzas todos los
que juran por él, pero a los
que mienten se les tapara
la boca.