Del maestro de coro,
para flautas.
Salmo de David.
Señor, Rey mío y Dios mío,
escucha mis palabras,
atiende a mis gemidos,
oye mis súplicas,
pues a ti elevo mi oración.
De mañana escuchas mi voz;
muy temprano te expongo mi
caso, y quedo esperando tu
respuesta. No eres tú un Dios
que se complace en lo malo; los
malvados no pueden vivir a tu
lado, ni en tu presencia hay
lugar para los orgullosos.
Tú odias a los malhechores,
destruyes a los mentirosos
y rechazas a los traidores
y asesinos. En cambio yo,
por tu gran amor, puedo entrar
en tu templo; ¡puedo adorarte
con toda reverencia mirando
hacia tu santo templo!
Señor, por causa de mis
enemigos guíame en tu justicia,
llévame por el buen camino.
Ellos nunca hablan con
sinceridad; ¡están corrompidos
por dentro! Sepulcro abierto
es su garganta; ¡su lengua es
mentirosa!
¡Castígalos, Dios mío!
¡Haz que fracasen sus intrigas!
Recházalos por sus muchos
pecados, porque se han
rebelado contra ti. Alégrense
los que buscan tu protección;
canten siempre de alegría
porque tú los proteges.
Los que te aman, se alegran
por causa tuya, pues tú,
Señor, bendices al que es fiel;
tu bondad lo rodea como un
escudo.