Del maestro de coro, para
flautas y arpas.
Salmo de David.
Oh Señor,
quiero alabarte con todo el
corazón y contar tus muchas
maravillas. Oh Altísimo, por
ti quiero gritar lleno de
alegría; ¡quiero cantar himnos
a tu nombre!
Mis enemigos huyen delante de
ti; caen y mueren. Tú eres juez
justo: te has senado en tu trono,
para hacerme justicia. Has
reprendido a los paganos, has
destruido a los malvados, ¡has
borrado su recuerdo para
siempre! El enemigo a muerto,
y con él ha muerto sus
ciudades; tú las destruiste,
y no quedó de ellas ni el
recuerdo.
Pero el Señor es Rey por
siempre; ha afirmado su trono
para el juicio: juzgara al
mundo con justicia, dictará a
los pueblos justa sentencia.
El Señor protege a los
oprimidos; él los protege en
tiempos de angustia.
Señor,
los que te conocen, confían en
ti, pues nunca abandonas a
quienes te buscan. Canten
himnos al Señor, que reina en
Sión; anuncien a los pueblos
lo que ha hecho. Dios se
acuerda de los afligidos y
no olvida sus lamentos;
castiga a quienes les hacen
violencia.
Señor, ten compasión de mí,
mira cómo me afligen los que
me odian, ¡sácame de las
puertas de la muerte!
Y asi, a las puertas
de Jerusalén, diré a todo
el mundo que tú eres
digno de alabanza, y que yo
soy feliz porque me has salvado.
Los paganos caen en su propia
trampa; sus pies quedan
atrapados en la red que ellos
mismos escondieron. El Señor
se ha dado a conocer: ¡ha hecho
justicia! El malvado queda
preso en la trampa tendida por
él mismo. Los malvados y
paganos, los que se olvidan de
Dios, acabaran en el reino de
la muerte; pues no siempre
serán olvidados los pobres,
ni para siempre se perderá
su esperanza.
Levántate, Señor;
no consientas la altanería
del hombre; ¡juzga a los
paganos en tu presencia!
Hazles sentir temor, Señor;
¡hazles saber que no son más
que hombres!