Miércoles y domingo
En el primer misterio glorioso contemplamos cómo Nuestro Señor Jesucristo, triunfando sobre la muerte y el pecado resucitó al tercer día, inmortal y radiante de gloria.
Pidamos a María, Reina de los corazones, que nos conceda sentir la alegría y el gozo anticipado del triunfo de su Inmaculado Corazón y la implantación del Reino de Cristo sobre la tierra.
En el segundo misterio glorioso contemplamos cómo Nuestro Señor Jesucristo, después de su Resurrección, subió a los cielos en presencia de su Madre Santísima y de los Apóstoles.
Pidamos a María, refugio de los pecadores, que extirpe de nuestras almas el apego a los bienes terrenos y nos infunda el deseo de las cosas celestiales.
En el tercer misterio glorioso contemplamos cómo Nuestro Señor Jesucristo, envió el Espíritu Santo sobre María Santísima y los Apóstoles, bajo la forma de lenguas de fuego. Los Apóstoles hasta entonces tibios, apocados y llenos de miedo, en un instante se transformaron en almas ardientes de celo por la gloria de Dios.
Pidamos a María, esposa del Espíritu Santo, que pida por nosotros a su Divino esposo, de manera que nuestras almas, tan débiles, tibias y cargadas de pecados sean inmediatamente transformadas.
En el cuarto misterio glorioso contemplamos cómo algunos años después de la Resurrección de Jesucristo, se dio el tránsito de María Santísima de esta vida y fue llevada a los cielos en cuerpo y alma, por el mismo Hijo suyo, Nuestro Señor, acompañada por los coros angélicos.
Pidamos a María, Virgen poderosa, que animados continuamente por una viva fe, sepamos luchar por la implantación de su Reino en los corazones y así merezcamos contemplarla en el cielo por toda la eternidad.
En el quinto misterio glorioso contemplamos a la Virgen María, siendo gloriosamente coronada por su Divino Hijo en el cielo, como Reina de los ángeles y delos hombres.
Pidamos a María Santísima, Madre de misericordia, que sea nuestro amparo en todas las dificultades, levantándonos de todas las caídas y amándonos en todo momento, para que podamos servirla siempre y en todo, como a nuestra Reina y alegría de nuestras vidas.
Infinitas gracias te damos, soberana princesa, por los beneficios que todos los días recibimos de tus manos generosas. Dígnate ahora y siempre, tomarnos bajo tu poderoso amparo. Y para más obligarte te saludamos con una salve:
Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra, Dios te salve. A ti clamamos los desterrados hijos de Eva; a ti suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lagrimas. Ea, pues, Señora, abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos; y después de este destierro muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María! Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar las promesas y gracias de Nuestro Señor Jesucristo. Amén.