Jueves
En el primer misterio luminoso contemplamos a Nuestro Señor Jesucristo, siendo bautizado en el río Jordán por San Juan Bautista, y cómo al instante, se abrieron los cielos y el Espíritu de Dios bajó sobre Cristo Jesús, y una voz que salia de los cielos decía: ¡Este es mi Hijo amado en quien me complazco!.
Pidamos a María, Reina concebida sin pecado original, que nos obtenga por el bautismo de su Divino Hijo, un corazón limpio y un espíritu nuevo, para realizar con perfección nuestro apostolado junto al prójimo.
En el segundo misterio luminoso contemplamos a Nuestro Señor Jesucristo, transformando el agua en vino en Caná de Galilea. En realidad, su hora no había llegado aún, sin embargo una simple insinuación de su Madre, lleva a Jesús a anticipar sus portentosos milagros.
Pidamos a María, Auxilio de los cristianos, la gracia de tener una confianza inquebrantable, pura y creciente en la omnipotencia de su súplica.
En el tercer misterio luminoso contemplamos a Nuestro Señor Jesucristo, anunciando la llegada del Reino de Dios e invitando a la conversión, perdonando los pecados de quien se acerca a Él con humilde fe, iniciando así el ministerio de misericordia que Él seguirá ejerciendo hasta el fin del mundo, de un modo especial, a través del Sacramento de la Confesión confiado a la iglesia.
Pidamos a María, Madre admirable que seamos transformados de tal manera que nuestro corazón, pase a ser semejante al suyo, para así, trabajar por la salvación de todos y la expansión del Reino de Dios.
En el cuarto misterio luminoso contemplamos cómo Nuestro Señor Jesucristo, al transfigurarse delante de los tres Apóstoles en el Monte Tabor, fortaleció su esperanza en la vida eterna, animándolos a soportar bien los sufrimientos y pruebas que se avecinaban en la pasión.
Pidamos a María, Puerta del Cielo, la gracia de nunca perder la convicción de la gloria que está reservada a los que perseveren, a fin de que jamás nos desanimemos a lo largo del camino de la vida.
En el quinto misterio luminoso contemplamos cómo Nuestro Señor Jesucristo, se hizo comida y bebida para que eternamente podamos participar de su propia Vida Divina. Al comulgar, nos asemejamos a María por algunos momentos, poseyendo el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesús en nosotros.
Pidamos a María, Madre de Dios, la gracia de crecer ardorosamente en la devoción eucarística y de jamás perder la oportunidad de comulgar con toda nuestra fe, esperanza y amor.
Infinitas gracias te damos, soberana princesa, por los beneficios que todos los días recibimos de tus manos generosas. Dígnate ahora y siempre, tomarnos bajo tu poderoso amparo. Y para más obligarte te saludamos con una salve:
Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra, Dios te salve. A ti clamamos los desterrados hijos de Eva; a ti suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lagrimas. Ea, pues, Señora, abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos; y después de este destierro muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María! Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar las promesas y gracias de Nuestro Señor Jesucristo. Amén.