Martes y viernes
En el primer misterio doloroso contemplamos cómo Nuestro Señor en el huerto de los Olivos, oró al Padre Celestial, para que de Él se apartase el cáliz de su Pasión; pero también para que, sobre todo, se cumpliese la voluntad del Padre Eterno. Y como, durante su agonía, sudó gotas de sangre que empaparon el suelo.
Pidamos a María, Trono de la sabiduría, que nos obtenga la virtud de la fortaleza llena de amor, de tal forma que siempre que algún sufrimiento caiga sobre nosotros, sepamos abrazarlo valientemente y con enorme confianza en la ayuda Divina.
En el segundo misterio doloroso contemplamos cómo Nuestro Señor Jesucristo, fue cruelmente flagelado por orden de Poncio Pilato, aún cuando este último había proclamado su inocencia.
Pidamos a María, Virgen prudentísima, que nos dé una convicción plena de que las persecuciones que los impíos mueven contra los buenos no tienen razón alguna de ser, y nos alcance la gracia de permanecer valientes e inflexibles en el camino del bien.
En el tercer misterio doloroso contemplamos cómo Nuestro Señor Jesucristo, fue coronado de espinas en el pretorio de Poncio Pilato y sufrió las burlas y el escarnio de la cohorte de soldados del gobernador romano.
Pidamos a María, Virgen digna de veneración, que nos obtenga la fuerza invencible, la serenidad inconmovible y al menos una gota de la infinita dignidad con que Jesucristo enfrentó las burlas y los tormentos en este paso de su Pasión.
En el cuarto misterio doloroso contemplamos cómo Nuestro Señor Jesucristo, condenado a muerte por Pilato, cargó la cruz con gran determinación y paciencia hasta lo alto del Monte Calvario.
Pidamos a María, Virgen fiel, que a ejemplo de su Divino Hijo, no vacilemos en cargar la cruz de la observancia exacta de las leyes de Dios y de la iglesia.
En el quinto misterio doloroso contemplamos cómo a Nuestro Señor Jesucristo le quitaron su ropa y lo clavaron en una Cruz entre dos ladrones y murió bajo la mirada de su Madre Santísima y de unos pocos seguidores fieles.
Pidamos a la Virgen Madre, traspasada por la espada de dolor, que nos obtenga la gracia de la perseverancia aunque todo parezca que llega a su fin, manteniendo firme en nuestro espíritu la esperanza de la resurrección.
Infinitas gracias te damos, soberana princesa, por los beneficios que todos los días recibimos de tus manos generosas. Dígnate ahora y siempre, tomarnos bajo tu poderoso amparo. Y para más obligarte te saludamos con una salve:
Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra, Dios te salve. A ti clamamos los desterrados hijos de Eva; a ti suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lagrimas. Ea, pues, Señora, abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos; y después de este destierro muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María! Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar las promesas y gracias de Nuestro Señor Jesucristo. Amén.