Señor, escucha mi causa justa,
atiende a mi clamor, presta
oído a mi oración, pues no sale
de labios mentirosos.
¡Que venga de ti mi sentencia,
pues tú sabes lo que es justo!
Tú has penetrado mis
pensamientos; de noche has
venido a vigilarme; me has
sometido a pruebas de fuego, y
no has encontrado maldad
en mí. No he dicho
cosas indebidas,
como hacen los demás; me he
alejado de caminos de
violencia, de acuerdo con
tus mandatos. He seguido
firme en tus caminos;
jamás me he apartado de ellos.
Oh Dios, a ti mi voz elevo,
porque tú me contestas;
préstame atención, escucha
mis palabras. Dame una
clara muestra de tu amor,
tú, que salvas de sus
enemigos a los que buscan
protección en tu poder.
Cuídame como a la niña de
tus ojos; protégeme bajo
la sombra de tus alas de
los malvados que me atacan,
¡de los enemigos mortales
que me rodean! Son engreídos,
hablan con altanería; han
seguido de cerca mis pasos
esperando el momento de
echarme por tierra.
Parecen leones, feroces
leones que agazapados en
su escondite esperan con
ansias dar el zarpazo.
Levántate, Señor,
¡enfréntate con ellos!
¡Hazle doblar las rodillas!
Con tu espada, ponme a
salvo del malvado; con tu
poder, Señor, líbrame de
ellos; ¡arrójalos de este
mundo, que es su herencia
en esta vida! Deja que ellos
se llenen de riquezas, que sus
hijos coman hasta que
revienten, y que aún sobre
para sus nietos. Pero yo, en
verdad, quedaré satisfecho con
mirarte cara a cara, ¡con
verme ante ti cuando despierte!