El cielo proclama la gloria
de Dios, de su creación nos
habla la bóveda celeste.
Los días se le cuentan entre
sí; las noches hacen correr
la voz. Aunque no se escuchan
palabras ni se oye voz alguna,
su mensaje llega a toda la
tierra, hasta el último rincón
del mundo. Allí Dios puso un
lugar para el sol, y éste sale
como un novio de la habitación
nupcial, y se alegra como un
atleta al emprender su camino.
Sale el sol por un lado del
cielo y da la vuelta hasta
llegar al otro, sin que nada
pueda huir de su calor.
La enseñanza del Señor es
perfecta, porque da nueva vida.
El mandato del Señor es fiel,
porque hace sabio al hombre
sencillo. Los preceptos del
Señor son justos, porque traen
alegría al corazón.
El mandamiento del Señor es
puro y llena los ojos de luz.
El temor del Señor es limpio
y permanece para siempre.
Los decretos del Señor son
verdaderos, todos ellos son
justos, ¡son de más valor
que el oro fino!, ¡son más
dulces que la abeja del panal!
Son también advertencias a
este siervo tuyo, y le es
provechoso obedecerlas.
¿Quién se da cuenta de sus
propios errores? ¡Perdona,
Señor, mis faltas ocultas!
Quítale el orgullo a tu siervo;
no permitas que el orgullo me
domine. Así seré un hombre sin
tacha; estaré libre de gran
pecado.
Sean aceptables a tus ojos
mis palabras y mis
pensamientos, oh Señor,
refugio y libertador mío.