Puse mi esperanza en el
Señor, y él se inclinó para
escuchar mis gritos; me salvó
de la fosa mortal, me libró de
hundirme en el pantano.
Afirmó mis pies sobre una roca;
dio firmeza a mis pisadas.
Hizo brotar de mis labios
un nuevo canto, un canto de
alabanza a nuestro Dios.
Muchos, al ver esto, se
sintieron conmovidos
y pusieron su confianza en el
Señor. ¡Feliz el hombre que
confía en el Señor y no busca
a los insolentes ni a los que
adoran dioses falsos!
Señor y Dios mío, muchas son
las maravillas que tú has
hecho y las consideraciones
que nos tienes. ¡Nada es
comparable a ti! Quisiera
anunciarlas, hablar de ellas,
pero son más de las que puedo
contar.
Tú no te complaces en los
sacrificios ni en las ofrendas
de cereales; tampoco has
pedido holocaustos ni ofrendas
para quitar el pecado.
En cambio, me has abierto los
oídos. Por eso he dicho: Aquí
estoy, tal como el libro dice
de mí. A mí me agrada hacer
tu voluntad, Dios mío;
¡llevo tu enseñanza en el
corazón! En presencia de tu
pueblo numeroso he dado a
conocer lo que es justo. ¡Tú
bien sabes, Señor, que no he
guardado silencio!
No me he quedado callado
acerca de tu justicia; he
hablado de tu fidelidad y
salvación. Jamás he ocultado
tu amor y tu verdad ante tu
pueblo numeroso.
y Tú, Señor, ¡no me niegues
tu ternura! ¡Que siempre me
protejan tu amor y tu
fidelidad! Pues me han pasado
tantas desgracias que ni
siquiera las puedo contar.
Me han atrapado mis propias
maldades; ¡hasta he perdido
la vista! Son más que los
pelos de mi cabeza, y hasta
el ánimo he perdido.
Señor, por favor, ¡ven a
librarme! Señor, ¡ven pronto
en mi ayuda! ¡Que sean puestos
en completo ridículo los que
tratan de acabar con mi vida!
¡Que huyan en forma
vergonzosa los que quieren
hacerme daño! ¡Que huyan
avergonzados los que se
burlan de mí! Pero que todos
los que te buscan se llenen de
alegría; que cuantos desean tu
salvación digan siempre:
¡El Señor es grande!
Y a mí, que estoy pobre y
afligido, no me olvides, Señor.
Tú eres quien me ayuda y me
liberta; ¡no te tardes
Dios mío!